MEZQUINDAD

Publica  Juan Manuel de Prada un interesante artículo en el XL Semanal titulado Mezquindad. En él establece la estrecha relación de este vicio con otro no menos corrosivo: la envidia. Ambas cargas del espíritu nacen de la falta de generosidad y de talento para reconocer los méritos ajenos.

Y es que como dice, el enfermo no soporta la salud del sano y quiere a toda costa hacerlo enfermar. “La mezquindad deriva del resentimiento  y se manifiesta en la necesidad morbosa de hacer daño a quien nos agravia con su talento o con su salud:”

Los mezquinos construyen su propia cárcel, establecen sus propios límites que les impiden crecer, gastan su energía en trabajar el amarillo de la envidia. Porque para dar salida a su pulsión necesitan el conciliábulo con sus afines, la comidilla de portera, el chisme, la insidia y el desprestigio social de su víctima. Uno de sus recursos más queridos es el  ejercicio de la superioridad moral. En las discusiones sobre ideas terminan irremediablemente recurriendo a argumentos “ad hominem”. Piensan que  pueden rebatir una idea si desprestigian moralmente a quien la defiende. En el fondo consideran que su mediocridad se debe a  que no han utilizado medios  éticamente reprobables para conseguir sus objetivos.  Creen que todo el que consigue destacar lo ha hecho de forma torcida y se torturan preguntándose cómo lo ha conseguido, hasta que encuentran una razón, generalmente inventada, que explique porque el otro ha alcanzado metas y ellos no, por supuesto una razón siempre tramposa e innoble. Así consiguen recuperan momentáneamente la paz de su espíritu.

El éxito ajeno les ofende, les perturba, les pone frente al espejo de sus propios fracasos, de su inanidad de su falta de identidad personal. No son pocos los que tratan de compensar esta  falla con su adhesión entusiasta a identidades colectivas  a cuyo calor encuentran anestesia para una vida sin alicientes  enmascarando así su nihilismo existencial.

Es precisamente esa adhesión al grupo lo que les impide buscar nuevos horizontes, pensar distinto. Les paraliza el miedo a ser objeto de la misma censura colectiva que ellos practican.

Por otra parte, es más cómodo, menos cansado, seguir haciendo a los demás  la prueba  moral del algodón. Es más  fácil escudriñar la vida y la biografía de los otros que mirarse a uno mismo, ¡eso sí que es duro!, y sobre todo, es duro hacerse cargo y corregir  los propios errores.

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